En tiempos de Bicentenario Dos versiones del mestizaje
Valoración de la Nueva Historia Mínima de México
Domingo 26 de septiembre de 2010, por Manuel Llanes García
La lectura de Nueva Historia Mínima de México, volumen editado por El Colegio de México, resulta del mayor interés en estos tiempos del Bicentenario del inicio del proceso de Independencia, oportunidad valiosísima para ponerse al tanto del pasado de nuestro país, sobre todo en lo que respecta a su relación con España.
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Nueva Historia Mínima de México
Edición de 2004, elaborada por Pablo Escalante Gonzalbo, Bernardo García Martínez, Luis Jáuregui, Josefina Zoraida Vázquez, Elisa Speckman Guerra, Javier Garciadiego y Luis Aboites Aguilar
Así que un libro como el que nos ocupa no podría ser más oportuno, sobre todo porque estamos ante un proyecto que se materializó en 1973, con el objetivo de “proporcionar la dosis mínima de conocimiento histórico requerido por cualquier mexicano de entonces”, nos explican en la presentación. Como es obvio, la edición se amplió hace unos años, en 2004, para incluir el paso de la hegemonía priista hasta la ascensión del PAN a la presidencia, con Vicente Fox, lo que se ha dado en llamar, desde el mito oscurantista, “la transición a la democracia”. Así que el libro merece leerse por varios motivos.
En esta ocasión nos ocuparemos de comentar, por la cuestión antes mencionada de los festejos del Bicentenario, uno de los capítulos del libro, La época colonial hasta 1760, de la autoría de Bernardo García Martínez.
De acuerdo con las coordenadas que nos proporciona el materialismo filosófico, partiremos de que el imperialismo generador fue la norma aplicada por los españoles en México, con lo cual García Martínez coindice en ocasiones (aunque él no utiliza esa clasificación), como cuando nos habla de “[…] el interés castellano por emigrar a esas nuevas tierras, formar asentamientos fijos y con gobierno formal, crear un cierto orden jurídico, mantener lazos constantes con la tierra de origen, trasladar ganadería y diversas actividades agrícolas, en fin, reproducir en lo posible el entorno cultural y social de Castilla”. O bien, otro de los proyectos del Imperio Español en la Nueva España: “[…] imponer a los señoríos una organización corporativa inspirada en los cabildos castellanos […]”. Otro detalle que confirma la norma generadora lo podemos atestiguar en la fundación de la universidad en la ciudad de México, nada menos que desde 1553.
En otro momento, García Martínez repara en la importancia de la plaza de armas en la concepción del espacio antropológico en las tierras americanas, donde se decidió: “[…] inducir o presionar a los pueblos de indios a congregar a sus habitantes en asentamientos de tipo urbano ―el origen de los poblados con plaza central, iglesia prominente y calles rectas, tal como subsisten hasta la fecha”.
Lo anterior ha sido desarrollado con mucho mayor detalle en el artículo de Iván Vélez, La Plaza de Armas y la ciudad hispanoamericana: figuras del imperio, publicado en El Catoblepas.
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Historia Mínima de México
Edición de 1973, elaborada por Daniel Cosío Villegas, Ignacio Bernal, Alejandra Moreno Toscano, Luis González, Eduardo Blanquel y Lorenzo Meyer
De esa forma, el trabajo de García Martínez se contrapone a la leyenda negra española en sus versiones más recalcitrantes, que sólo hacen alusión, de forma obsesiva, a la muerte masiva de indígenas a manos de los españoles. Sin embargo, en otro momento, el autor sí que entra en contradicción con otros documentos históricos, cuando aborda la cuestión del: “[…] surgimiento del mestizaje tanto en su expresión biológica como en la cultural”:
“Aunque por parte de algunos (especialmente los frailes) hubo oposición al contacto entre indios y españoles, y aunque la legislación recalcó siempre la diferencia entre unos y otros, el hecho fue que las dos poblaciones establecieron pronto una estrecha relación. Las relaciones sexuales informales fueron mayoría, pero también hubo matrimonios reconocidos, sobre todo entre españoles e indias de buena posición”. (Las cursivas son mías)
Decimos contradicción porque no es eso lo que se afirma en la Real Cédula del 14 de enero de 1514, de la Monarquía Hispánica:
“Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios como con naturales de estos reinos o españoles nacidos en la Indias, y que en esto no se les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado o nos fuere dada pueda impedir y impida el matrimonio entre los indios e indias con españoles o españolas y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren, en nuestras audiencias procuren que así se guarde y cumpla* ”.
Sin embargo, el autor no tiene reparo en reconocer que la situación fue distinta en lo que compete a los matrimonios entre esclavos negros e indias: “Además, debe añadirse a esto la incorporación de un numeroso contingente de africanos (unos 15000 a mediados del siglo) traídos a Nueva España como esclavos. En su gran mayoría eran varones y su mezcla con las indias fue inmediata”.
García Martínez alude a la práctica de relaciones sexuales subrepticias, de las cuales habría surgido el mestizaje de la Nueva España, a pesar de los deseos de las autoridades. Como quiera que sea el mestizaje es un hecho y lo sabe cualquiera en México y el resto de Hispanoamérica, sobre eso no hace falta insistir.
Para reforzar nuestra postura acerca de las relaciones entre españoles e indios en la Nueva España, remitimos al estudio El indio, en el régimen español, de Carlos Eguia, en el cual se dice con toda claridad, de nuevo en concordancia con la norma imperial generadora, que el régimen español combatió la poligamia; además: “Se establecieron leyes protegiendo el matrimonio entre indios y españoles”.
Sirva este breve artículo como un llamado a matizar ciertas afirmaciones de un proyecto didáctico muy útil, la Nueva Historia Mínima de México, cuyo contenido debe enmendarse o bien complementarse con esa “legislación” a la cual alude el investigador.
Domingo 26 de septiembre de 2010, por Manuel Llanes García
La lectura de Nueva Historia Mínima de México, volumen editado por El Colegio de México, resulta del mayor interés en estos tiempos del Bicentenario del inicio del proceso de Independencia, oportunidad valiosísima para ponerse al tanto del pasado de nuestro país, sobre todo en lo que respecta a su relación con España.
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Nueva Historia Mínima de México
Edición de 2004, elaborada por Pablo Escalante Gonzalbo, Bernardo García Martínez, Luis Jáuregui, Josefina Zoraida Vázquez, Elisa Speckman Guerra, Javier Garciadiego y Luis Aboites Aguilar
Así que un libro como el que nos ocupa no podría ser más oportuno, sobre todo porque estamos ante un proyecto que se materializó en 1973, con el objetivo de “proporcionar la dosis mínima de conocimiento histórico requerido por cualquier mexicano de entonces”, nos explican en la presentación. Como es obvio, la edición se amplió hace unos años, en 2004, para incluir el paso de la hegemonía priista hasta la ascensión del PAN a la presidencia, con Vicente Fox, lo que se ha dado en llamar, desde el mito oscurantista, “la transición a la democracia”. Así que el libro merece leerse por varios motivos.
En esta ocasión nos ocuparemos de comentar, por la cuestión antes mencionada de los festejos del Bicentenario, uno de los capítulos del libro, La época colonial hasta 1760, de la autoría de Bernardo García Martínez.
De acuerdo con las coordenadas que nos proporciona el materialismo filosófico, partiremos de que el imperialismo generador fue la norma aplicada por los españoles en México, con lo cual García Martínez coindice en ocasiones (aunque él no utiliza esa clasificación), como cuando nos habla de “[…] el interés castellano por emigrar a esas nuevas tierras, formar asentamientos fijos y con gobierno formal, crear un cierto orden jurídico, mantener lazos constantes con la tierra de origen, trasladar ganadería y diversas actividades agrícolas, en fin, reproducir en lo posible el entorno cultural y social de Castilla”. O bien, otro de los proyectos del Imperio Español en la Nueva España: “[…] imponer a los señoríos una organización corporativa inspirada en los cabildos castellanos […]”. Otro detalle que confirma la norma generadora lo podemos atestiguar en la fundación de la universidad en la ciudad de México, nada menos que desde 1553.
En otro momento, García Martínez repara en la importancia de la plaza de armas en la concepción del espacio antropológico en las tierras americanas, donde se decidió: “[…] inducir o presionar a los pueblos de indios a congregar a sus habitantes en asentamientos de tipo urbano ―el origen de los poblados con plaza central, iglesia prominente y calles rectas, tal como subsisten hasta la fecha”.
Lo anterior ha sido desarrollado con mucho mayor detalle en el artículo de Iván Vélez, La Plaza de Armas y la ciudad hispanoamericana: figuras del imperio, publicado en El Catoblepas.
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Historia Mínima de México
Edición de 1973, elaborada por Daniel Cosío Villegas, Ignacio Bernal, Alejandra Moreno Toscano, Luis González, Eduardo Blanquel y Lorenzo Meyer
De esa forma, el trabajo de García Martínez se contrapone a la leyenda negra española en sus versiones más recalcitrantes, que sólo hacen alusión, de forma obsesiva, a la muerte masiva de indígenas a manos de los españoles. Sin embargo, en otro momento, el autor sí que entra en contradicción con otros documentos históricos, cuando aborda la cuestión del: “[…] surgimiento del mestizaje tanto en su expresión biológica como en la cultural”:
“Aunque por parte de algunos (especialmente los frailes) hubo oposición al contacto entre indios y españoles, y aunque la legislación recalcó siempre la diferencia entre unos y otros, el hecho fue que las dos poblaciones establecieron pronto una estrecha relación. Las relaciones sexuales informales fueron mayoría, pero también hubo matrimonios reconocidos, sobre todo entre españoles e indias de buena posición”. (Las cursivas son mías)
Decimos contradicción porque no es eso lo que se afirma en la Real Cédula del 14 de enero de 1514, de la Monarquía Hispánica:
“Es nuestra voluntad que los indios e indias tengan, como deben, entera libertad para casarse con quien quisieren, así con indios como con naturales de estos reinos o españoles nacidos en la Indias, y que en esto no se les ponga impedimento. Y mandamos que ninguna orden nuestra que se hubiere dado o nos fuere dada pueda impedir y impida el matrimonio entre los indios e indias con españoles o españolas y que todos tengan entera libertad de casarse con quien quisieren, en nuestras audiencias procuren que así se guarde y cumpla* ”.
Sin embargo, el autor no tiene reparo en reconocer que la situación fue distinta en lo que compete a los matrimonios entre esclavos negros e indias: “Además, debe añadirse a esto la incorporación de un numeroso contingente de africanos (unos 15000 a mediados del siglo) traídos a Nueva España como esclavos. En su gran mayoría eran varones y su mezcla con las indias fue inmediata”.
García Martínez alude a la práctica de relaciones sexuales subrepticias, de las cuales habría surgido el mestizaje de la Nueva España, a pesar de los deseos de las autoridades. Como quiera que sea el mestizaje es un hecho y lo sabe cualquiera en México y el resto de Hispanoamérica, sobre eso no hace falta insistir.
Para reforzar nuestra postura acerca de las relaciones entre españoles e indios en la Nueva España, remitimos al estudio El indio, en el régimen español, de Carlos Eguia, en el cual se dice con toda claridad, de nuevo en concordancia con la norma imperial generadora, que el régimen español combatió la poligamia; además: “Se establecieron leyes protegiendo el matrimonio entre indios y españoles”.
Sirva este breve artículo como un llamado a matizar ciertas afirmaciones de un proyecto didáctico muy útil, la Nueva Historia Mínima de México, cuyo contenido debe enmendarse o bien complementarse con esa “legislación” a la cual alude el investigador.
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