(Sale EL JUEZ, y otros dos con él, que son ESCRIBANO y PROCURADOR, y siéntase en una silla; salen EL VEJETE Y MARIANA, su mujer.) MARIANA. Aun bien que está ya el señor juez de los divorcios sentado en la silla de su audiencia. Desta vez tengo de quedar dentro o fuera; desta vegada tengo de quedar libre de pedido y alcabala, como el gavilán. VEJETE. Por amor de Dios, Mariana, que no almodonees tanto tu negocio; habla paso, por la pasión que Dios pasó; mira que tienes atronada a toda la vecindad con tus gritos; y, pues tienes delante al señor juez, con menos voces le puedes informar de tu justicia. JUEZ. ¿Qué pendencia traéis, buena gente? MARIANA. Señor, ¡divorcio, divorcio, y más divorcio, y otras mil veces divorcio! JUEZ. ¿De quién, o por qué, señora? MARIANA. ¿De quién? Deste viejo, que está presente. JUEZ. ¿Por qué? MARIANA. Porque no puedo sufrir sus impertinencias, ni estar contino atenta a curar todas sus enfermedades, que son sin número; y no me criaron a mí mis padres para ser