CIEN AÑOS DESPUES DE LOS FESTEJOS DEL PRIMER CENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DE MEXICO.
Cien años después de los festejos del Centenario de la Independencia.
05 Agosto 2010 (PUBLICADO EN RADIO IMÁGEN)
El primer centenario de la independencia llegó en medio de un ambiente convulso. Porfirio Díaz se acercaba a los ochenta años, con facultades algo mermadas a causa de su propia vejez, pero con plena salud. Lamentablemente la salud política y económica del país estaba considerablemente mermada. Desde finales del siglo XIX los grupos internos del régimen porfirista habían venido pugnando por relevar al caudillo de Tuxtepec, pero hasta ese momento el poder seguía firme en manos de Don Porfirio. Corralistas, Reyistas y Cientificos, encabezados por José Ives Limantour, pugnaban ya abiertamente por el poder lo que hacía al régimen perder estabilidad. A esto se sumó el que diversos grupos veían con buenos ojos la necesidad de un relevo en el Ejecutivo Federal e incluso propugnaban porque ello sucediera. En lo económico la situación de crecimiento sostenido que el régimen había propiciado en casi treinta años de gobierno estaba cobrando factura, la economía se estancaba y se iniciaba un período de crisis.
México en la primera década del siglo XX se sentía como quien se encuentra en un salón lleno de luz, riquezas, atracciones; y teme por un instante a ser empujado a un cuarto tenebrosamente obscuro, donde es imposible distinguir que hay debajo de los pies o por encima de la cabeza y lo que nos rodea a cada lado.
Este ambiente de incertidumbre, también era alimentado por las posibilidades de cambio. Posibilidad que inesperadamente alimento el propio Díaz con las declaraciones en la Entrevista con Creelman, al responder al periodista:
He esperado pacientemente al día en que el pueblo de la República Mexicana estuviera preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección sin peligro de revoluciones armadas y sin daño para el crédito y el progreso nacionales.
En respuesta un idealista como Francisco Ignacio Madero González acepto la oferta y en el mismo año de 1908 respondió con el libro La Sucesión Presidencial en 1910, con el cual inicio su propia lucha por el poder. Sin embargo, por desgracia para México, ni Madero fue nunca capaz de sugestionar a los hombres entorno al poder, ni Díaz encontró en él a un hombre capaz de sucederlo.
Aún cuando Madero no ganó el proceso electoral, el germen del antireleccionismo se había insertado en el sistema. El ingreso de diputados antireleccionistas en las Cámaras había originado la penetración de nuevos elementos, la introducción de puntos de vista ajenos a los grupos en el poder. Con ello podríamos atrevernos a decir que en la primavera de 1910 se iniciaba el proceso de la Revolución.
Pero con este mar de fondo, invisible al observador superficial, pero perceptible al que hubiera ahondado en la profundidad, se llevaron los tan planificados eventos para conmemorar Cien años de vida Independiente y a una Nación Mexicana que entraba en la modernidad.
En aquellos tiempos la escena era la crema de la burocracia que ya iniciaba con los suntuosos festejos, el primer centenario de la proclamación de la independencia mexicana. Todo el estupendo progreso material realizado en los últimos treinta y cuatro años, quedaría prendido a este broche de luz, en que las miradas atónitas del pueblo, no menos que los ojos curiosos de los Embajadores especiales que enviaría el mundo civilizado –como entonces se refería a todo aquello vinculado a la civilización occidental-, podrían contemplar la obra gigantesca y portentosa de México; la brillante feria sería la más grandiosa apoteosis de Porfirio Díaz, en los que fueran precisamente sus momentos finales en el poder.
Toda la atención de los hombres de gobierno y de la oligarquía dominante las absorbía esta monumental tarea; se hacían programas, se discutían festejos, se decoraban salones, se disponían residencias públicas y privadas para la recepción de los Embajadores y sus sequitos, así como los de otros ilustres visitantes extranjeros; se convoco a gran número de los gobernadores de los estados; y llegadas las fiestas, la alta sociedad se entregó durante dos meses consecutivos a los conciertos, bailes, paradas, banquetes, a toda clase de diversiones públicas y privadas, desplegando el lujo ostentoso de las riquezas acumuladas durante veinte años de prosperidad no interrumpida.
Pero ensordecidas por el bullicio, deslumbradas por el esplendoroso brillo de los jubileos, el régimen y su plutocracia no se percataron que en el horizonte, truenos y relámpagos, anunciaban la tempestad con la que habría de terminar toda una época.
05 Agosto 2010 (PUBLICADO EN RADIO IMÁGEN)
El primer centenario de la independencia llegó en medio de un ambiente convulso. Porfirio Díaz se acercaba a los ochenta años, con facultades algo mermadas a causa de su propia vejez, pero con plena salud. Lamentablemente la salud política y económica del país estaba considerablemente mermada. Desde finales del siglo XIX los grupos internos del régimen porfirista habían venido pugnando por relevar al caudillo de Tuxtepec, pero hasta ese momento el poder seguía firme en manos de Don Porfirio. Corralistas, Reyistas y Cientificos, encabezados por José Ives Limantour, pugnaban ya abiertamente por el poder lo que hacía al régimen perder estabilidad. A esto se sumó el que diversos grupos veían con buenos ojos la necesidad de un relevo en el Ejecutivo Federal e incluso propugnaban porque ello sucediera. En lo económico la situación de crecimiento sostenido que el régimen había propiciado en casi treinta años de gobierno estaba cobrando factura, la economía se estancaba y se iniciaba un período de crisis.
México en la primera década del siglo XX se sentía como quien se encuentra en un salón lleno de luz, riquezas, atracciones; y teme por un instante a ser empujado a un cuarto tenebrosamente obscuro, donde es imposible distinguir que hay debajo de los pies o por encima de la cabeza y lo que nos rodea a cada lado.
Este ambiente de incertidumbre, también era alimentado por las posibilidades de cambio. Posibilidad que inesperadamente alimento el propio Díaz con las declaraciones en la Entrevista con Creelman, al responder al periodista:
He esperado pacientemente al día en que el pueblo de la República Mexicana estuviera preparado para escoger y cambiar sus gobernantes en cada elección sin peligro de revoluciones armadas y sin daño para el crédito y el progreso nacionales.
En respuesta un idealista como Francisco Ignacio Madero González acepto la oferta y en el mismo año de 1908 respondió con el libro La Sucesión Presidencial en 1910, con el cual inicio su propia lucha por el poder. Sin embargo, por desgracia para México, ni Madero fue nunca capaz de sugestionar a los hombres entorno al poder, ni Díaz encontró en él a un hombre capaz de sucederlo.
Aún cuando Madero no ganó el proceso electoral, el germen del antireleccionismo se había insertado en el sistema. El ingreso de diputados antireleccionistas en las Cámaras había originado la penetración de nuevos elementos, la introducción de puntos de vista ajenos a los grupos en el poder. Con ello podríamos atrevernos a decir que en la primavera de 1910 se iniciaba el proceso de la Revolución.
Pero con este mar de fondo, invisible al observador superficial, pero perceptible al que hubiera ahondado en la profundidad, se llevaron los tan planificados eventos para conmemorar Cien años de vida Independiente y a una Nación Mexicana que entraba en la modernidad.
En aquellos tiempos la escena era la crema de la burocracia que ya iniciaba con los suntuosos festejos, el primer centenario de la proclamación de la independencia mexicana. Todo el estupendo progreso material realizado en los últimos treinta y cuatro años, quedaría prendido a este broche de luz, en que las miradas atónitas del pueblo, no menos que los ojos curiosos de los Embajadores especiales que enviaría el mundo civilizado –como entonces se refería a todo aquello vinculado a la civilización occidental-, podrían contemplar la obra gigantesca y portentosa de México; la brillante feria sería la más grandiosa apoteosis de Porfirio Díaz, en los que fueran precisamente sus momentos finales en el poder.
Toda la atención de los hombres de gobierno y de la oligarquía dominante las absorbía esta monumental tarea; se hacían programas, se discutían festejos, se decoraban salones, se disponían residencias públicas y privadas para la recepción de los Embajadores y sus sequitos, así como los de otros ilustres visitantes extranjeros; se convoco a gran número de los gobernadores de los estados; y llegadas las fiestas, la alta sociedad se entregó durante dos meses consecutivos a los conciertos, bailes, paradas, banquetes, a toda clase de diversiones públicas y privadas, desplegando el lujo ostentoso de las riquezas acumuladas durante veinte años de prosperidad no interrumpida.
Pero ensordecidas por el bullicio, deslumbradas por el esplendoroso brillo de los jubileos, el régimen y su plutocracia no se percataron que en el horizonte, truenos y relámpagos, anunciaban la tempestad con la que habría de terminar toda una época.
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