DON MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA
MIGUEL HIDALGO Y COSTILLA
Un día como hoy, 29 de julio, pero de 1811 en el Hospital Real el Consejo de Guerra condenó al reo Miguel Hidalgo y Costilla a ser pasado por las armas, no en un paraje público como sus compañeros, y tirándole al pecho y no a la espalda, conservándose así la cabeza. Tras escuchar su sentencia con calma Hidalgo se dispuso a morir.
Su último día ha sido descrito así: "Vuelto a su prisión, le sirvieron un desayuno de chocolate, y habiéndole tomado, suplicó que en vez de agua se le sirviese un vaso de leche, que apuró con extraordinaria muestra de apetecería y gustaría. Un momento después se le dio aviso de que era llegada la hora de marchar al suplicio; lo oyó sin alteración, se puso en pie y manifestó estar pronto a marchar. Salió, en efecto, del odioso cubo en donde estaba, y habiendo avanzado quince o veinte pasos de él, se paró por un momento, porque el oficial de la guardia le había preguntado si alguna cosa se le ofrecía que disponer por último; a esto contestó que sí, que quería que le trajesen unos dulces que había dejado en sus almohadas: los trajeron en efecto, y habiéndoles distribuido entre los mismos soldados que debían hacerle fuego y marchaban a su espalda, los alentó y confortó con su perdón y sus más dulces palabras para que cumpliesen con su oficio; y como sabía muy bien que se había mandado que no disparasen sobre su cabeza, y temía padecer mucho, porque aún era la hora del crepúsculo y no se veían claramente los objetos, concluyó diciendo: "La mano derecha que pondré sobre mi pecho, será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros".
"El banco del suplicio se había colocado allí en un corral interior del referido colegio a diferencia de lo que se hizo con los otros héroes, que fueron ejecutados en la plazuela que queda a la espalda de dicho edificio, y donde hoy se encuentra el monumento que nos lo recuerda, y la nueva alameda que llevó su nombre; y enterado el Hidalgo del sitio a que se le dirigía, marchó con paso firme y sereno, y sin permitir se le vendasen los ojos, rezando con voz fuerte y fervorosa el salmo Miserere me; llegó al cadalso, le besó con resignación y respeto, y no obstante algún altercado que no le hizo para que se sentase la espalda vuelta, tomó el asiento de frente, afirmó su mano sobre el corazón, les recordó a los soldados que aquél era el punto donde le debían tirar, y un momento después estalló la descarga de cinco fusiles, uno de los cuales traspasó efectivamente la mano derecha sin herir el corazón. El héroe, casi impasible, esforzó su oración, y sus voces se acallaron al detonar nuevamente otras cinco bocas de fusil, cuyas balas, pasando el cuerpo, rompieron las ligaduras que lo ataban al banco, y cayendo el hombre en un lago de sangre, todavía no había muerto; otros tres balazos fueron menester para concluir aquella preciosa existencia, que hacía más de 50 años que respetaba la muerte."
Apenas había nacido el sol cuando ya se había puesto a la expectación pública, sobre una silla y en una altura considerable, y precisamente a la parte exterior su cabeza. Posteriormente fue exhibida con las de Allende, Aldama y Jiménez en jaulas de fierro en los ángulos de la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. El cuerpo tuvo sepultura en la tercera orden de San Francisco de Chihuahua, y en 1824 fueron traídos el tronco y la cabeza a México, para enterrarlos con gran solemnidad.
Un día como hoy, 29 de julio, pero de 1811 en el Hospital Real el Consejo de Guerra condenó al reo Miguel Hidalgo y Costilla a ser pasado por las armas, no en un paraje público como sus compañeros, y tirándole al pecho y no a la espalda, conservándose así la cabeza. Tras escuchar su sentencia con calma Hidalgo se dispuso a morir.
Su último día ha sido descrito así: "Vuelto a su prisión, le sirvieron un desayuno de chocolate, y habiéndole tomado, suplicó que en vez de agua se le sirviese un vaso de leche, que apuró con extraordinaria muestra de apetecería y gustaría. Un momento después se le dio aviso de que era llegada la hora de marchar al suplicio; lo oyó sin alteración, se puso en pie y manifestó estar pronto a marchar. Salió, en efecto, del odioso cubo en donde estaba, y habiendo avanzado quince o veinte pasos de él, se paró por un momento, porque el oficial de la guardia le había preguntado si alguna cosa se le ofrecía que disponer por último; a esto contestó que sí, que quería que le trajesen unos dulces que había dejado en sus almohadas: los trajeron en efecto, y habiéndoles distribuido entre los mismos soldados que debían hacerle fuego y marchaban a su espalda, los alentó y confortó con su perdón y sus más dulces palabras para que cumpliesen con su oficio; y como sabía muy bien que se había mandado que no disparasen sobre su cabeza, y temía padecer mucho, porque aún era la hora del crepúsculo y no se veían claramente los objetos, concluyó diciendo: "La mano derecha que pondré sobre mi pecho, será, hijos míos, el blanco seguro a que habéis de dirigiros".
"El banco del suplicio se había colocado allí en un corral interior del referido colegio a diferencia de lo que se hizo con los otros héroes, que fueron ejecutados en la plazuela que queda a la espalda de dicho edificio, y donde hoy se encuentra el monumento que nos lo recuerda, y la nueva alameda que llevó su nombre; y enterado el Hidalgo del sitio a que se le dirigía, marchó con paso firme y sereno, y sin permitir se le vendasen los ojos, rezando con voz fuerte y fervorosa el salmo Miserere me; llegó al cadalso, le besó con resignación y respeto, y no obstante algún altercado que no le hizo para que se sentase la espalda vuelta, tomó el asiento de frente, afirmó su mano sobre el corazón, les recordó a los soldados que aquél era el punto donde le debían tirar, y un momento después estalló la descarga de cinco fusiles, uno de los cuales traspasó efectivamente la mano derecha sin herir el corazón. El héroe, casi impasible, esforzó su oración, y sus voces se acallaron al detonar nuevamente otras cinco bocas de fusil, cuyas balas, pasando el cuerpo, rompieron las ligaduras que lo ataban al banco, y cayendo el hombre en un lago de sangre, todavía no había muerto; otros tres balazos fueron menester para concluir aquella preciosa existencia, que hacía más de 50 años que respetaba la muerte."
Apenas había nacido el sol cuando ya se había puesto a la expectación pública, sobre una silla y en una altura considerable, y precisamente a la parte exterior su cabeza. Posteriormente fue exhibida con las de Allende, Aldama y Jiménez en jaulas de fierro en los ángulos de la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato. El cuerpo tuvo sepultura en la tercera orden de San Francisco de Chihuahua, y en 1824 fueron traídos el tronco y la cabeza a México, para enterrarlos con gran solemnidad.
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