IDIOMAS HERMANOS

iudad de México, la urbe más grande del mundo, habla español y tiene 22 millones de habitantes. Es decir, equivale a ocho Galicias, nueve País Vascos y tres Cataluñas.
En Buenos Aires, miles de kilómetros al sur, se habla el mismo idioma que en Ciudad de México. Buenos Aires tiene doce millones. Ocho tienen Lima o Bogotá; seis Caracas o Santiago de Chile, tres Guayaquil o la mejicana Guadalajara.
Son las metrópolis del segundo gran idioma del mundo, después del inglés, al que supera como lengua materna. Todo ello con permiso del chino, pero el chino se circunscribe al lejano oriente. Como el hindi.
Pues bien, ese idioma que se habla en cientos de ciudades de América y Europa, en tantas regiones y países, el mismo que utilizan 60 millones de personas en Estados Unidos -seis millones en Los Ángeles- es ignorado en una parte de España.
Tanto es así que la enseñanza pública en Cataluña no se puede realizar en español, algo que está mucho más allá de lo kafkiano. Que se inserta, plenamente, en la locura. Ahora bien, por muy locos que estén los nacionalistas catalanes, o los de Bildu -que quieren lo mismo para el País Vasco-, la sociedad no está loca. Ni va a enloquecer al completo.
Más pronto que tarde, los catalanes que lo prefieran podrán ser educados en castellano. Porque así lo determina la Constitución, el sentido común y el propio desarrollo de Cataluña.
La inmensa, abrumadora mayoría de los españoles quiere lo mejor para los otros idiomas nacionales. Porque es justo y porque se trata de lenguas muy importantes, casi todas con una gran literatura detrás.
La riqueza de los idiomas minoritarios es la riqueza de toda España. No solo eso: quien siendo catalán, valenciano, gallego o vasco ignora su lengua autóctona se pierde un aspecto esencial de su cultura, como ciudadano que vive en una determinada región.
El problema estriba en el modo en que muchos partidos articulan la política lingüística. Ignorando que el castellano es la gran garantía de supervivencia de los otros idiomas españoles. Porque es pura quimera imaginarnos una Cataluña monolingüe en catalán, no digamos el País Vasco.
El dominio del español fortalece y complementa el conocimiento del idioma autóctono. Desde el más perfecto bilingüismo, que tanto odian los independentistas.
El catalán, el vasco y el gallego son hermanos del español. Tienen mucho en común, se respetan. Es la burda política identitaria la que lo enfanga todo. De momento está logrando que haya cada vez más catalanes que no saben escribir bien en español.
Los idiomas abren. Pero los políticos fanáticos cierran, entorpecen, transfieren su delirio -o su odio a la patria común- al resto de la sociedad. Y gran parte de la sociedad, desgraciadamente y por diversas razones, no reacciona.

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