Trayectoria histórica y futura del español
Humberto López Morales: La andadura del español por el mundo. Taurus. Madrid, 2010. 464 páginas. 22 €
01-05-2011
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En este libro se realiza un análisis del proceso histórico que ha seguido el español desde sus orígenes hasta nuestros días. Nos explica cómo ha ido penetrando la lengua española en las zonas de expansión, cómo ha convivido y pervive con diferentes variedades geográficas y sociales —sin perder prestigio ni unidad de comunicación— y cómo se enriquece por la influencia de lenguas con las que mantiene contacto o convive. La capacidad de absorción del español y la vitalidad que lo caracteriza han hecho que se convierta en la segunda lengua más hablada del mundo y una de las más importantes de comunicación internacional. El castellano que se formó durante la Edad Media se sobrepuso a los demás dialectos peninsulares, se constituyó en lengua literaria culta y, convertido en español, alcanzó en el siglo XV el rango de lengua internacional al cruzar el Atlántico y llegar a América.
El libro está constituido por una breve introducción, dos partes integradas por 19 capítulos con notas explicativas y una amplia referencia bibliográfica. Ya en la Introducción se califica la obra como un ensayo con el propósito de señalar los momentos-cumbre del devenir histórico de la lengua española, con especial tratamiento al proceso desencadenado en el español americano. La primera parte, titulada “Una mirada al pasado”, incluye los siete primeros capítulos y explica el paso del latín al romance castellano con las glosas, al tiempo que habla de la desaparición del latín popular de Hispania a favor del astur-leonés, el castellano y el navarro-aragonés. En el siglo XIII, impulsado por Alfonso X, se afianza el castellano como lengua literaria en obras historiográficas y en textos jurídicos. La fuerza de la Reconquista y el apoyo de los Reyes Católicos con la conquista de Granada ayudaron a extender el castellano hacia el sur, hacia el norte de África y Canarias y, antes de finalizar el siglo XV, hacia América.
El castellano estaba en auge no solo porque era la lengua del reino, sino porque ya se habían escrito obras destacadas como La Celestina. Se vio favorecido también por la difusión de la lengua promovida por la imprenta y la aparición de figuras como Nebrija, autor de la Gramática de la lengua castellana (1492), de un diccionario latino castellano y de una ortografía. Por primera vez, una lengua vulgar se dotaba de una regulación gramatical por “artificio” y “arte” (pág. 29). Nebrija tenía claro que la lengua era compañera del Imperio, aunque tardaron muchos años para que se conociera esta gramática en América. El español del Siglo de Oro se abrió paso a Europa y al Nuevo Mundo por tener esa gramática, una lengua administrativa estatal y una fuerte tradición escrita y expansionista. Llega a América en el siglo XV impulsado desde Castilla, a la que le corresponde el honor de descubrir América el 12 de octubre de 1492 con la llegada de Colón al archipiélago antillano y el Caribe, tal como describe en su Diario. Al encontrarse con los aborígenes de lo que hoy es Cuba se sirvieron de las manos como lengua (es decir, del lenguaje gestual) para entenderse.
Nos cuenta López Morales que los pueblos asentados en las Antillas Mayores —La Española, Puerto Rico, Cuba y Jamaica— todavía vivían en la Edad de Piedra y que los descubridores llegan en un momento de migración de los taínos empujados por los belicosos y caníbales caribes y de la existencia de otros grupos como el de los guanahatabeyes, que habitaban en cavernas cerca de las costas. Aun así, la población indígena en Cuba y demás Antillas debió de ser escasa. No obstante, la influencia de las lenguas aborígenes se nota desde el principio por el número de palabras antillanas que se recogen en el Diario de Colón: “Canoa, cacique, tiburón, ají, bohío, guanín…” (pág.47). De los expedicionarios explica que, entre 1493 y 1502, el 32% de los habitantes de La Española eran andaluces y no cambió entre 1520 y 1539. A lo largo del siglo XVI, entre andaluces y extremeños sumaban el 47,6%; luego aumentan los canarios. Es evidente que el lenguaje del sur de Andalucía y de Canarias era predominante, que se nota en la supresión de la —s final de sílaba y palabra o el fenómeno del seseo. Desde las Antillas el español se extiende a tierra firme. La presencia hispana en territorios del norte —EEUU— se remonta al siglo XVI. Entre las más antiguas civilizaciones prehispánicas están la maya (Guatemala) y la azteca (México). Las dos culturas llevaron un desarrollo paralelo e incluso utilizaban un calendario más perfecto que el europeo. La civilización azteca se diferenciaba notablemente de la inca, establecida en Perú, Ecuador, Bolivia, el sur de Colombia y el norte de Chile, que pronto quedó bajo el dominio de Pizarro. Además del indígena, el elemento africano también ha influido en el español americano desde que comenzaron a llegar africanos a principios del siglo XVI y continuaron en los siglos siguientes.
Los efectos que produjo la colonización de América fueron beneficiosos a uno y otro lado del Atlántico en el ámbito económico, social, cultural y lingüístico. Así, se introducen nuevas plantas, como el trigo, la vid, el olivo, la caña de azúcar, el plátano…; en zoología, vacas, ovejas, caballos, asnos, perros, cerdos…; herramientas y técnicas, como la rueda, el hierro, el bronce, el arte arquitectónico, la escritura alfabética y, por supuesto, la lengua española. Pero Europa también se benefició de América en lo concerniente a la ecología y a la dietética, en productos como el maíz, el cacao, el tabaco… y también el oro y la plata, que sirvieron para financiar el renacer cultural y artístico (pág.76). El español se surtió en la primera gran etapa —reinados de Fernando e Isabel, Carlos I y Felipe II— de elementos léxicos de origen americano, procedentes del arahuaco, del nahua y, después, del quechua. Aun así, la castellanización masiva de indígenas no se produjo en los primeros momentos de contacto, sino tras las Ordenanzas Reales de 1526. A pesar de todo, a finales del siglo XVIII en Hispanoamérica solo había tres millones de hispanohablantes, por lo que la castellanización no se había logrado plenamente, probablemente por la legislación lingüística, influida por la misión evangélica, que defendía la conservación de las lenguas indígenas (pág. 83). A la independencia política en el siglo XIX siguió un intento de distanciamiento lingüístico entre América y España, promovido sobre todo desde la zona rioplatense de Argentina. Frente a esta posición surgen voces de intelectuales que defienden que la lengua es patrimonio común, entre quienes destaca el venezolano Andrés Bello, autor de la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos en 1847 y defensor de la unidad lingüística y en contra de la ruptura; por ello, pidió al gobierno de Chile entre otras cosas que aceptara la ortografía de Madrid (pág. 121). A partir de ahí, el español ha avanzado y se ha constituido en lengua de comunicación, de conocimiento, de cultura y de expresión literaria de los hispanohablantes, a la vez que se ha proyectado como lengua panhispánica al mundo no hispano.
En la segunda parte, distribuida en once capítulos, el autor analiza la situación actual del español y puntualiza que prefiere la denominación de “Hispanoamérica” para referirse a la comunidad político-lingüística de los países que hablan español, aunque algunas de estas naciones poseen otra lengua oficial, como el guaraní en Paraguay y el inglés en Puerto Rico. También trata de explicar desde el punto de vista lingüístico los términos “castellano” y “español”, que, aun siendo sinónimos, el uso de uno u otro depende del ámbito geográfico, del momento histórico o de la necesidad de distinguir contenidos semánticos. Para el autor, el único término para denominar a la lengua general es “español”, sobre todo en Hispanoamérica, porque hace referencia —en palabras de Octavio Paz— a la forma de hablar de Castilla (pág.187).
El estudio demográfico del español actual debe enmarcarse dentro del conjunto de lenguas del mundo. Se calcula que el número de lenguas existentes hacia 1500 era de casi 15 millones y hoy se sitúan alrededor de seis mil. Se apoya en el testimonio del lingüista David Crystal (2001) para decir que el 96% de los habitantes del planeta habla el 4% de los idiomas, entre los que se encuentran: el inglés, el chino mandarín, el ruso, el español, el hindi, el árabe, el bengalí y el portugués. Eso sí, a la unidad del español contribuyen la simplicidad y la fijación del sistema fonético, el léxico fundamental compartido por todas las variantes y el manejo de una sintaxis relativamente elemental. La inmigración, tanto de España a América como de América a España y a Estados Unidos, resulta relevante, puesto que ha permitido que los medios hispánicos de comunicación adquieran un auge espectacular.
Asimismo resulta interesante del libro conocer el proceso que se desarrolló durante los siglos XIX y XX con el nacimiento de las academias de la lengua en Hispanoamérica, desde que en 1871 se fundara la Academia de Colombia de la mano, entre otros, de Rufino J. Cuervo hasta la creación de la Asociación de Academias de la Lengua Española en México (1951), que supuso un paso importante en la conformación del panhispanismo. Desde el encuentro de Quito, 1968, ha fructificado y en los últimos decenios se ha consolidado la nueva política académica panhispánica, cuyos resultados han sido el Diccionario panhispánico de dudas (2005), el Diccionario esencial de la Lengua Española (2006), la Nueva gramática de la Lengua Española (2009), el Diccionario de americanismos (2010) y la nueva Ortografía (2010). Puede decirse, por ejemplo, que existen dos tipos de competencias léxicas: la propia (“banqueta” para el mexicano, “vereda” para el argentino…) y la general (“acera” para todos). Al referirse a Filipinas y a Guinea, López Morales es optimista, al afirmar que ambos países tienen muchas posibilidades de recuperar la lengua española, impulsada por el Instituto Cervantes, la consejería de Educación de las embajadas de España, de la Academia Filipina de la Lengua Española en un caso y de la Universidad Nacional de Guinea en el otro. También en Israel, donde se habla hebreo y árabe, está habiendo un reconocimiento y un incremento de estudiantes de español en la Universidad (pág. 411).
La situación actual del español es halagüeña y esperanzadora, puesto que presenta un crecimiento continuo, ya como lengua materna ya como lengua aprendida (pág. 375). Los datos del Instituto Cervantes así lo manifiestan, al igual que las cifras de la multinacional Berlitz, que constata un aumento de un 9,5% en la demanda de estudios de español durante el período 1989-2004. El español es una lengua hablada por muchas gentes en diversos países del mundo. Hay 18 países que la tienen como lengua oficial única, tres en que es lengua cooficial (Paraguay, Puerto Rico y Guinea Ecuatorial), sin contar con EEUU, segundo país del mundo hispánico por el número de sus hablantes, y otros muchos países y zonas como Filipinas, Gibraltar, Trinidad Tobago, Guam (pág. 426). Aun así, la norma general hispánica no está formada del todo, por lo que se ha acogido bien la propuesta de Raúl Ávila de elaborar un diccionario internacional de la lengua española (DILE). De todos modos, Madrid y México coinciden casi en un 100% con el vocabulario de la norma culta del español general y que el vocabulario diferencial ofrece un resultado de 1,6%. En la actualidad, el español lo hablan más de 400 millones y es hoy la cuarta lengua más hablada del planeta, suponiendo el 5,7% de la población mundial. Además, la situación es muy positiva y sigue un proceso cada vez más creciente, y mucho más, si nos atenemos a las proyecciones hechas por la británica World Data (Chicago) de llegar en 2030 al 7,5% de los hablantes de todo el mundo (alrededor de 535 millones), muy por encima del ruso, del francés y del alemán. Esto indica que solo el chino superará al español como grupo de hablantes de lengua materna (pág. 438).
Esta obra se ha hecho acreedora de la 2º edición del Premio Internacional de Ensayo Isabel de Polanco. Se trata de un ensayo bien construido, claro en el desarrollo del contenido, riguroso en las formas y ameno en el estilo. El español no solo es una lengua de cultura y de comunicación local e internacional, sino que tiene un enorme potencial económico. El éxito del español en el futuro, dice López Morales, dependerá de los índices de lealtad lingüística de los hispanos en Estados Unidos. En realidad, las comunidades, tanto hispanas como anglos, tratan de que sus hijos lleguen a ser bilingües porque el español en EEUU está en auge (pág. 273). Esta andadura nos da a conocer la historia del español vivida ayer y hoy con la mirada puesta en el futuro. Se trata de un ensayo académico en el que se combinan con acierto los aspectos conceptuales, los datos contrastados y presentados en estadísticas, las referencias y los testimonios adecuados con las exigencias metodológicas, las comparaciones, la claridad y la naturalidad en la expresión. Se convierte así en una obra atractiva para su lectura tanto por especialistas como por cualquier otra persona interesada en conocer la trayectoria histórica y futura de la lengua española.
Por Ángel Cervera Rodríguez
01-05-2011
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En este libro se realiza un análisis del proceso histórico que ha seguido el español desde sus orígenes hasta nuestros días. Nos explica cómo ha ido penetrando la lengua española en las zonas de expansión, cómo ha convivido y pervive con diferentes variedades geográficas y sociales —sin perder prestigio ni unidad de comunicación— y cómo se enriquece por la influencia de lenguas con las que mantiene contacto o convive. La capacidad de absorción del español y la vitalidad que lo caracteriza han hecho que se convierta en la segunda lengua más hablada del mundo y una de las más importantes de comunicación internacional. El castellano que se formó durante la Edad Media se sobrepuso a los demás dialectos peninsulares, se constituyó en lengua literaria culta y, convertido en español, alcanzó en el siglo XV el rango de lengua internacional al cruzar el Atlántico y llegar a América.
El libro está constituido por una breve introducción, dos partes integradas por 19 capítulos con notas explicativas y una amplia referencia bibliográfica. Ya en la Introducción se califica la obra como un ensayo con el propósito de señalar los momentos-cumbre del devenir histórico de la lengua española, con especial tratamiento al proceso desencadenado en el español americano. La primera parte, titulada “Una mirada al pasado”, incluye los siete primeros capítulos y explica el paso del latín al romance castellano con las glosas, al tiempo que habla de la desaparición del latín popular de Hispania a favor del astur-leonés, el castellano y el navarro-aragonés. En el siglo XIII, impulsado por Alfonso X, se afianza el castellano como lengua literaria en obras historiográficas y en textos jurídicos. La fuerza de la Reconquista y el apoyo de los Reyes Católicos con la conquista de Granada ayudaron a extender el castellano hacia el sur, hacia el norte de África y Canarias y, antes de finalizar el siglo XV, hacia América.
El castellano estaba en auge no solo porque era la lengua del reino, sino porque ya se habían escrito obras destacadas como La Celestina. Se vio favorecido también por la difusión de la lengua promovida por la imprenta y la aparición de figuras como Nebrija, autor de la Gramática de la lengua castellana (1492), de un diccionario latino castellano y de una ortografía. Por primera vez, una lengua vulgar se dotaba de una regulación gramatical por “artificio” y “arte” (pág. 29). Nebrija tenía claro que la lengua era compañera del Imperio, aunque tardaron muchos años para que se conociera esta gramática en América. El español del Siglo de Oro se abrió paso a Europa y al Nuevo Mundo por tener esa gramática, una lengua administrativa estatal y una fuerte tradición escrita y expansionista. Llega a América en el siglo XV impulsado desde Castilla, a la que le corresponde el honor de descubrir América el 12 de octubre de 1492 con la llegada de Colón al archipiélago antillano y el Caribe, tal como describe en su Diario. Al encontrarse con los aborígenes de lo que hoy es Cuba se sirvieron de las manos como lengua (es decir, del lenguaje gestual) para entenderse.
Nos cuenta López Morales que los pueblos asentados en las Antillas Mayores —La Española, Puerto Rico, Cuba y Jamaica— todavía vivían en la Edad de Piedra y que los descubridores llegan en un momento de migración de los taínos empujados por los belicosos y caníbales caribes y de la existencia de otros grupos como el de los guanahatabeyes, que habitaban en cavernas cerca de las costas. Aun así, la población indígena en Cuba y demás Antillas debió de ser escasa. No obstante, la influencia de las lenguas aborígenes se nota desde el principio por el número de palabras antillanas que se recogen en el Diario de Colón: “Canoa, cacique, tiburón, ají, bohío, guanín…” (pág.47). De los expedicionarios explica que, entre 1493 y 1502, el 32% de los habitantes de La Española eran andaluces y no cambió entre 1520 y 1539. A lo largo del siglo XVI, entre andaluces y extremeños sumaban el 47,6%; luego aumentan los canarios. Es evidente que el lenguaje del sur de Andalucía y de Canarias era predominante, que se nota en la supresión de la —s final de sílaba y palabra o el fenómeno del seseo. Desde las Antillas el español se extiende a tierra firme. La presencia hispana en territorios del norte —EEUU— se remonta al siglo XVI. Entre las más antiguas civilizaciones prehispánicas están la maya (Guatemala) y la azteca (México). Las dos culturas llevaron un desarrollo paralelo e incluso utilizaban un calendario más perfecto que el europeo. La civilización azteca se diferenciaba notablemente de la inca, establecida en Perú, Ecuador, Bolivia, el sur de Colombia y el norte de Chile, que pronto quedó bajo el dominio de Pizarro. Además del indígena, el elemento africano también ha influido en el español americano desde que comenzaron a llegar africanos a principios del siglo XVI y continuaron en los siglos siguientes.
Los efectos que produjo la colonización de América fueron beneficiosos a uno y otro lado del Atlántico en el ámbito económico, social, cultural y lingüístico. Así, se introducen nuevas plantas, como el trigo, la vid, el olivo, la caña de azúcar, el plátano…; en zoología, vacas, ovejas, caballos, asnos, perros, cerdos…; herramientas y técnicas, como la rueda, el hierro, el bronce, el arte arquitectónico, la escritura alfabética y, por supuesto, la lengua española. Pero Europa también se benefició de América en lo concerniente a la ecología y a la dietética, en productos como el maíz, el cacao, el tabaco… y también el oro y la plata, que sirvieron para financiar el renacer cultural y artístico (pág.76). El español se surtió en la primera gran etapa —reinados de Fernando e Isabel, Carlos I y Felipe II— de elementos léxicos de origen americano, procedentes del arahuaco, del nahua y, después, del quechua. Aun así, la castellanización masiva de indígenas no se produjo en los primeros momentos de contacto, sino tras las Ordenanzas Reales de 1526. A pesar de todo, a finales del siglo XVIII en Hispanoamérica solo había tres millones de hispanohablantes, por lo que la castellanización no se había logrado plenamente, probablemente por la legislación lingüística, influida por la misión evangélica, que defendía la conservación de las lenguas indígenas (pág. 83). A la independencia política en el siglo XIX siguió un intento de distanciamiento lingüístico entre América y España, promovido sobre todo desde la zona rioplatense de Argentina. Frente a esta posición surgen voces de intelectuales que defienden que la lengua es patrimonio común, entre quienes destaca el venezolano Andrés Bello, autor de la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos en 1847 y defensor de la unidad lingüística y en contra de la ruptura; por ello, pidió al gobierno de Chile entre otras cosas que aceptara la ortografía de Madrid (pág. 121). A partir de ahí, el español ha avanzado y se ha constituido en lengua de comunicación, de conocimiento, de cultura y de expresión literaria de los hispanohablantes, a la vez que se ha proyectado como lengua panhispánica al mundo no hispano.
En la segunda parte, distribuida en once capítulos, el autor analiza la situación actual del español y puntualiza que prefiere la denominación de “Hispanoamérica” para referirse a la comunidad político-lingüística de los países que hablan español, aunque algunas de estas naciones poseen otra lengua oficial, como el guaraní en Paraguay y el inglés en Puerto Rico. También trata de explicar desde el punto de vista lingüístico los términos “castellano” y “español”, que, aun siendo sinónimos, el uso de uno u otro depende del ámbito geográfico, del momento histórico o de la necesidad de distinguir contenidos semánticos. Para el autor, el único término para denominar a la lengua general es “español”, sobre todo en Hispanoamérica, porque hace referencia —en palabras de Octavio Paz— a la forma de hablar de Castilla (pág.187).
El estudio demográfico del español actual debe enmarcarse dentro del conjunto de lenguas del mundo. Se calcula que el número de lenguas existentes hacia 1500 era de casi 15 millones y hoy se sitúan alrededor de seis mil. Se apoya en el testimonio del lingüista David Crystal (2001) para decir que el 96% de los habitantes del planeta habla el 4% de los idiomas, entre los que se encuentran: el inglés, el chino mandarín, el ruso, el español, el hindi, el árabe, el bengalí y el portugués. Eso sí, a la unidad del español contribuyen la simplicidad y la fijación del sistema fonético, el léxico fundamental compartido por todas las variantes y el manejo de una sintaxis relativamente elemental. La inmigración, tanto de España a América como de América a España y a Estados Unidos, resulta relevante, puesto que ha permitido que los medios hispánicos de comunicación adquieran un auge espectacular.
Asimismo resulta interesante del libro conocer el proceso que se desarrolló durante los siglos XIX y XX con el nacimiento de las academias de la lengua en Hispanoamérica, desde que en 1871 se fundara la Academia de Colombia de la mano, entre otros, de Rufino J. Cuervo hasta la creación de la Asociación de Academias de la Lengua Española en México (1951), que supuso un paso importante en la conformación del panhispanismo. Desde el encuentro de Quito, 1968, ha fructificado y en los últimos decenios se ha consolidado la nueva política académica panhispánica, cuyos resultados han sido el Diccionario panhispánico de dudas (2005), el Diccionario esencial de la Lengua Española (2006), la Nueva gramática de la Lengua Española (2009), el Diccionario de americanismos (2010) y la nueva Ortografía (2010). Puede decirse, por ejemplo, que existen dos tipos de competencias léxicas: la propia (“banqueta” para el mexicano, “vereda” para el argentino…) y la general (“acera” para todos). Al referirse a Filipinas y a Guinea, López Morales es optimista, al afirmar que ambos países tienen muchas posibilidades de recuperar la lengua española, impulsada por el Instituto Cervantes, la consejería de Educación de las embajadas de España, de la Academia Filipina de la Lengua Española en un caso y de la Universidad Nacional de Guinea en el otro. También en Israel, donde se habla hebreo y árabe, está habiendo un reconocimiento y un incremento de estudiantes de español en la Universidad (pág. 411).
La situación actual del español es halagüeña y esperanzadora, puesto que presenta un crecimiento continuo, ya como lengua materna ya como lengua aprendida (pág. 375). Los datos del Instituto Cervantes así lo manifiestan, al igual que las cifras de la multinacional Berlitz, que constata un aumento de un 9,5% en la demanda de estudios de español durante el período 1989-2004. El español es una lengua hablada por muchas gentes en diversos países del mundo. Hay 18 países que la tienen como lengua oficial única, tres en que es lengua cooficial (Paraguay, Puerto Rico y Guinea Ecuatorial), sin contar con EEUU, segundo país del mundo hispánico por el número de sus hablantes, y otros muchos países y zonas como Filipinas, Gibraltar, Trinidad Tobago, Guam (pág. 426). Aun así, la norma general hispánica no está formada del todo, por lo que se ha acogido bien la propuesta de Raúl Ávila de elaborar un diccionario internacional de la lengua española (DILE). De todos modos, Madrid y México coinciden casi en un 100% con el vocabulario de la norma culta del español general y que el vocabulario diferencial ofrece un resultado de 1,6%. En la actualidad, el español lo hablan más de 400 millones y es hoy la cuarta lengua más hablada del planeta, suponiendo el 5,7% de la población mundial. Además, la situación es muy positiva y sigue un proceso cada vez más creciente, y mucho más, si nos atenemos a las proyecciones hechas por la británica World Data (Chicago) de llegar en 2030 al 7,5% de los hablantes de todo el mundo (alrededor de 535 millones), muy por encima del ruso, del francés y del alemán. Esto indica que solo el chino superará al español como grupo de hablantes de lengua materna (pág. 438).
Esta obra se ha hecho acreedora de la 2º edición del Premio Internacional de Ensayo Isabel de Polanco. Se trata de un ensayo bien construido, claro en el desarrollo del contenido, riguroso en las formas y ameno en el estilo. El español no solo es una lengua de cultura y de comunicación local e internacional, sino que tiene un enorme potencial económico. El éxito del español en el futuro, dice López Morales, dependerá de los índices de lealtad lingüística de los hispanos en Estados Unidos. En realidad, las comunidades, tanto hispanas como anglos, tratan de que sus hijos lleguen a ser bilingües porque el español en EEUU está en auge (pág. 273). Esta andadura nos da a conocer la historia del español vivida ayer y hoy con la mirada puesta en el futuro. Se trata de un ensayo académico en el que se combinan con acierto los aspectos conceptuales, los datos contrastados y presentados en estadísticas, las referencias y los testimonios adecuados con las exigencias metodológicas, las comparaciones, la claridad y la naturalidad en la expresión. Se convierte así en una obra atractiva para su lectura tanto por especialistas como por cualquier otra persona interesada en conocer la trayectoria histórica y futura de la lengua española.
Por Ángel Cervera Rodríguez
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